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Dedicado a todos los albañiles de Sahagún, maestros del ladrillo

Estado de la Iglesia de San Tirso antes de su hundimiento en 1948. Fotografía: Torres Balbás. Biblioteca ETSAM. Madrid

Se construyó al crecer la villa de Sahagún, en un barrio alrededor de la cabecera de la iglesia y de la puerta principal del monasterio cluniacense, formado por vecinos migrantes venidos de Europa, principalmente borgoñones, que eran atraídos por el Camino de Santiago y para instalarse en la floreciente localidad como mercaderes, atraídos por los monjes francos y por las ferias que había concedido el Fuero dado por Alfonso VI. Fue erigida en el siglo XII (en torno a 1.100-1.180). Se eligió para su advocación a san tirso, santo martirizado en la Galia, concretamente en la Borgoña, por los romanos, por lo que los sahagunenses y el monasterio benedictino encontrarían en su vida cierta relación con los también martirizados en el río Cea Facundo y Primitivo, a los que se dedicó el cenobio que besa la pared occidental de la antigua parroquia. Se inspiró en las nuevas construcciones de ladrillo del monasterio, según demostró el historiador del arte Manuel Valdés.

Su esmerada decoración y claridad arquitectónica entre el románico y lo que venimos mal llamando “mudéjar”, mejor denominado románico de ladrillo, la convirtió en un referente y modelo admirado en toda la región y emulado en numerosos templos de la comarca, así como más lejos por los valles del Duero, e, incluso, en territorios conquistados en tierras del recreado arzobispado de Toledo, lugar al que los reyes de León y de Castilla enviaron alarifes, grandes maestros del ladrillo y la madera de la tierra de campos para trabajar en las nuevas fundaciones. También frailes del cenobio de Sahagún, entre ellos el primer obispo de Sigüenza, el francés Bernardo de Agén que vino a introducir las ideas de Cluny y el rito romano con Bernardo de Sedirac –su abad en León- que asimismo ocuparía la prelacía toledana).

En la iglesia primitiva de Viollet-le-Duc, seguramente, asistiría muchas veces a sus oficios un joven que luego se haría canónigo en Burgos y agustino en Salamanca, y más tarde sería reconocido como santo, Juan de Sahagún (1430-1479). El edificio tiene planta de basílica con tres naves, crucero, tres ábsides y una elegante torre sobre el tramo de aquél, en el centro del templo, rasgo típico de esta arquitectura local.

Por su importancia para la historia y para la arquitectura fue declarada Monumento Nacional en 3 de junio de 1931 por el director General de Bellas Artes del Ministerio de Instrucción Pública Ricardo Orueta, a instancias del arqueólogo Manuel Gómez Moreno y de los arquitectos Luis Menéndez Pidal y Alejandro Ferrant, relacionados con el arquitecto restaurador de la Catedral de León y arquitecto de la diócesis de León, Juan Crisóstomo Torbado Flórez (1867- 1947), arquitecto natural de Galleguillos de Campos. En el Decreto de la República que hizo la declaración se incluyeron los otros edificios de Sahagún que poseen este reconocimiento, las ruinas de San Benito, el convento de San Francisco (La Peregrina) y la iglesia de San Lorenzo. Por desgracia no se protegieron los restos de la iglesia de Santiago del que apenas quedan elementos de la pared norte y de un ábside, ni la ermita de la Virgen del Puente.

Sin embargo, ni por encontrarse en el Camino de Santiago ni por tener tan valiosos defensores, fue la construcción atendida y bien custodiada, en el mismo siglo XX, en el que ya solo era una iglesia deudora de la parroquia de la villa San Lorenzo (aún recuerdo a su beneficiado don Gregorio con su voz carrasposa), por lo que su estado se fue deteriorando a medida que pasaban los años y su torre amenazaba ruina que no fue advertida ni tomada en consideración por el arquitecto de la diócesis en sus informes, ni por el hijo de aquél Juan Torbado Franco (1901-1971), arquitecto influyente en el Obispo Almarcha (1944-1970) y su consejero en arquitectura. Quizá tuvo mala suerte, pues se tuvo lugar cuando se producía el fin del primero y el ascenso al cargo del hijo. Este llegó a estar muy bien preparado, doctor en arquitectura y buen arquitecto de obra nueva, que visitaba con frecuencia la iglesia en la se habían casado sus padres, y la acababa de inspeccionar unas horas antes del suceso del arruinamiento definitivo sin verificar el mal.

De esta manera el modelo de la arquitectura del ladrillo de la región se derrumbó el 29 de noviembre de 1948, viniéndose al suelo la torre, el ábside central y la sacristía que ocupaba el que debiera ser el ábside del que nunca sabremos, salvo excavaciones o informes de la obra que no hemos conocido, si alguna vez se llegó a construir, aunque en un dibujo de V. Carderera del siglo XIX no consta. También se rasgó gravemente el ábside del lado norte que sí existía.

Proyecto de reconstrucción. Luis Menéndez Pidal y Juan Torbado F., AGA  Alcalá de Henares

El arquitecto de zona, Luis Menéndez Pidal recabó con urgencia los medios económicos para la restauración y estableció los criterios que se habrían de aplicar y en León se realizaron los planos (1949 y años sucesivos) por Torbado y validados con la firma en mayor tamaño y en primer lugar del asturiano y fueron aprobados en el Ministerio de Educación. El proyecto de la sacristía y el pórtico de acceso, verdaderamente mediocres, se deben únicamente al leonés (1957).

En la restauración/reconstrucción se rehízo entera la torre y los tres ábsides y en esta obra tenemos uno de los mejores ejemplos de la intervención en el patrimonio en la época del primer franquismo, pues Menéndez-Pidal y Torbado (que dirigió la obra y siguió estrictamente los planos) rehízo el templo como si apenas le hubiera acontecido ningún mal, eso sí eliminando la bóveda sobre pechinas del siglo XVII para rehacer artesonados. Seguía así las directrices que se habían impuesto en España tras la instauración del régimen en la dirección General de Bellas Artes, por personalidades como el citado Menéndez- Pidal (amigo personal de alta influencia en Carmen Polo, la esposa de Franco, enterrado en Santa María de Arbás. en el Puerto Pajares, como si hubiera sido un abad o un gran obispo), el teórico Marqués de Lozoya, los reconvertidos arquitectos ahora seguidores del nuevo estatus Alejandro Ferrán, Francisco Íñiquez Almech y otros que seguían los impulsos del teórico y sacerdote catalán Eduardo Junyent (La Iglesia, Barcelona, 1940), ideas a las que se adhirió el obispo Almarcha y la gran mayoría de arquitectos restauradores españoles afines al Movimiento Nacional, pues los contrarios habían sido depurados.

No olvidemos que  se acaba de reconstruir en la República la iglesia de San Pedro de la Nave trasladada de lugar y destruidas partes ajenas a su origen visigótico. Que en la época de Franco se reconstruirían muchos edificios dañados en la guerra como el Alcázar de Toledo, u otros que se reinventaban como el ayuntamiento de Tarazona por Chueca Goitia (arquitecto historiador de enorme influencia), los paradores, los hospitales, pueblos enteros, iglesias de pantanos, etc. Tampoco podemos eludir que se estaba reconstruyendo la ciudad y plaza mayor de Varsovia (1945-1953), media Europa destruida después de la Gran Guerra, la abadía de Montecassino, e incluso que la propia UNESCO aprobaría trasladar (1964) las esculturas de Abú Simbel del Valles de los Reyes para realizar la presa de Assuán, en una larga lista de reinvenciones y reconstrucciones inumerable.

San Tirso arruinado (1948). Fotografías de Luis Menéndez Pidal. Biblioteca ETSAM. Madrid

Somos partidarios de reconocer en la reconstrucción de San tirso una obra maestra de la restauración franquista, como nos demuestran con rigor la documentación, planos y obra que publicamos de este edificio en el libro Santuario de La Peregrina de Sahagún, León, 2011, pp. 12-45, y en una ponencia en el congreso de Alfonso VI (León, 2009, 433-454), por insertar plenamente en el contexto de la dictadura de la época que obligó a posicionarse en este sentido toda la cultura del momento. La intervención supuso recuperar para el edifico su valor artístico resignificado y ampliado (no el histórico), de manera que se consideró por muchos historiadores y expertos, a pesar de todo lo neo que presentaba, como arquetipo del “mudéjar español” y joya peninsular de este supuesto estilo como aparece en muchos estudios que no señalan lo inventado.

Por otra parte, la “restauración” ofrece muchas lecciones de esta disciplina en una sola operación, pues presentó perfectamente el modelo del francés Violletle-Duc, restaurar como si se fuera el arquitecto primitivo, llevando el edificio a un estado aunque nunca hubiera existido así, es decir, al “estilo arquetípico” dentro de la lógica racionalista, lo que se consiguió perfectamente, también en el interior con un pavimento multicolor y destruyendo la cúpula barroca y sustituyendo el siglo XVII con artesonados imitando los que pudo tener y de los que quedan restos en las paredes laterales de las naves no visibles desde el interior. Pero también hay guiños a la restauración arqueológica italiana con muchos trozos de piedra y ladrillos que se reutilizaron en su lugar original por medio de la praxis denominada anastilosis según la Carta de Atenas para la restauración; otros muchos materiales provinieron de la iglesia vecina de Santiago, de ahí que salvo pequeños detalles en el color y en algunos aplantillados parezca todo obra del mismo momento primitivo. Otra aportación notable y segura de Menéndez Pidal fue reponer columnas y capiteles de la torre en su lugar de origen y colocar tallados con el volumen liso para ser distinguibles los nuevos, tal y como defendían las teorías de la restauración moderna y científica de Boito y Giovannoni y que Beltrami había adelantado en la reconstrucción del campanile de San Marcos de Venecia, un antecedente que hermana la restauración de esta ciudad italiana con la española. En definitiva, una excepcional aportación a la restauración española, en la que vemos cómo arquitectos como Pidal, que antes de la guerra fue un restaurador a la europea, se retrae y cumple las normativas oficialistas, pero sin renunciar a dejar testimonios de conocer ampliamente la disciplina de su profesión.

Nuevos vientos dañaron los techos y cubiertas de madera muy mal ejecutados por algún carpintero sin los necesarios conocimientos (escasa pendiente, malos apoyos) y ante el peligro de hundimiento, nuestros amigos, los directores generales de Patrimonio de la Junta de Castilla y León, Javier Toquero (1998- 2003) y Enrique Sáiz (2003 a 2019), acudieron diligentes a encargar realizar los actuales al arquitecto Miguel C. Fernández Cabo (2002 y 2008).

Publicamos en este artículo fotografías de su estado previo a la ruina de 1948 y cuando se produjo esta, que se expusieron en la exposición: Veinte años de restauración monumental de España. Catálogo de la exposición. Madrid: Dirección General de Bellas Artes, 1958, y han pasado desapercibidas en el entorno leonés y en el castellano. Se encuentran en la biblioteca de la Escuela de Arquitectura de Madrid (agradezco a mis buenos amigos el vicerrector Fernando Vela y la directora Susana Feito las copias y la autorización para usarlas). La primera imagen se conserva entre los fondos de Torres Balbás, las otras varias son de Luis Menéndez Pidal pocos días después de la catástrofe, en las que se puede apreciar la cúpula barroca del crucero. También publicamos un plano del proyecto realizado por Menéndez Pidal y Torbado Franco (se encuentra en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares).

Ya no es la iglesia que conoció San Juan de Sahagún, pero se le parece bastante.

JAVIER RIVERA BLANCO
UNIVERSIDAD DE ALCALÁ DE HENARES. Junio 2024

 1 El presente artículo ha sido redactado a petición de Víctor Gutiérrez para la Revista de las fiestas de San Juan de Sahagún (junio, 2024)

 

LAS PALABRAS DE MIS PADRES

Voy a intentar escribir un texto con las palabras del pueblo que usaban mis padres en casa. Entre paréntesis pondré el significado de las expresiones.

Recuerdo cuando mi padre cogía el porrón y bebía a reguilete (a chorro) el vino con gaseosa en las comidas. De postre en verano solíamos comer albérchigos (albaricoques). Cuando acabábamos de comer teníamos la andorga (barriga) llena. Si me entraba el hambre por la tarde iba a la cocina a buscar algún rebojo (trozo de pan).

Mis padres me contaban cosas sobre las faenas agrícolas que hicieron de jóvenes: iban a arrancar (cosechar) las legumbres en otoño; en verano era la recogida del cereal, tenían que segar, acarrear (llevar la mies a la era), trillar, aventar, etc. Cuando los caminos estaban en mal estado los carros podían entornarse (volcarse). Algunas veces mi madre iba a escardar (quitar las malas hierbas) a las tierras (campos de labranza).

Mis padres no subían escalones, subían banzos, y cuando llegaban al pìso en verano les entraba galbana (cansancio producido por el calor).

Como de pequeño era muy comistrajo (de mal comer) mi madre me daba un capón (golpe en la cabeza con los nudillos) y me decía: ¡Este chiguito! (niño, chaval).  La familia le decía que no lo dijera para no parecer de pueblo. Como comía tan mal y estaba muy delgado mi padre decía que era un jijas.

Cuando te quedas entumido (entumecido) es que hace mucho frío. Si empiezan a caer espundias (copos finísimos) de nieve te quedas arrecido (también entumecido). Con ese intenso frío se formaban chupiteles (carámbanos) en lo aleros de los tejados, me recordaban los helados.

Al volver de las vacaciones de Sahagún traíamos a Castelldefels fardeles (sacos pequeños de tela) con lentejas y garbanzos.

Mis padres a las personas hurañas y poco comunicativas les llamaban morugos, a los indecisos pantos y si una persona gesticulaba mucho mi madre decía que hacía esparavanes. Si era muy vanidosa le llamaba alabancioso y si era astuta era un perillán o alipende. A los vagos y flojos solían llamarles baldrogas.

Mi abuela preparaba la lumbre en la chimenea para cocinar en las potas y los pucheros (ollas), después las ponía sobre las trébedes (trípodes metálicos) cuando ya tiraba el fuego para que se fuera haciendo el cocido. Por la noche con el badil (paleta metálica) se recogía la cernada (ceniza) y se tiraba.

Mi madre a veces entraba en mi habitación y me decía que la tenía llena de telares y de atropos (cosas indefinidas en desorden).

Mi padre  de joven en el pueblo iba a los majuelos (viñas) y se dedicaba a alumbrar las cepas de las vides (quitar la tierra para sacar la cepa a la luz).

Cuando estábamos en Sahagún en verano y salíamos a la huerta al anochecer a echar un cigarro antes de la cena siempre se levantaba el amargacenas (viento fresco e inoportuno, pero puntual).
Podría seguir, pero no quiero aburriros.  Además de mi memoria me he ayudado del diccionario sahagunense que está en la página www.joseluisluna.com.

 
Gerardo Guaza González (2024)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Sahagún eres cuanto desea

encontrar en su camino

el viajero o el peregrino

de la Ruta Jacobea.

 

Eres ciudad más que aldea,

eres principio y destino,

eres rey del puerro fino,

eres orgullo del Cea.

 

Monasterio Real de San Benito

protege tus calles y ríos

y vela por tu libertad.

 

Eres milenario y bonito

con título de señorío

de MUY EJEMPLAR CIUDAD.

 

Octubre 2020

José A. Travesi Escudero

 

 

Mi madre me inculcó desde niño el amor a su pueblo natal, Sahagún, situado en la comarca de Tierra de Campos y en la provincia de León, casi en la frontera con Palencia. Eso unido al hecho de pasar todas las Navidades de mi vida hasta los catorce años en él hizo que ese cariño se arraigara y fructificara en mi alma.

            Mis dos pueblos de referencia son Castelldefels y Sahagún. Y a ellos he dedicado muchas de mis composiciones literarias, ya sea en forma de poemas o de artículos y relatos.

            Después de los catorce años he ido muchas veces a Sahagún en verano y una vez en Semana Santa. Íbamos a ver a mi abuela Emiliana y a mis tíos y primos y guardo muchos recuerdos de mis estancias. Además mi madre y mi padre  me han contado muchas historias de su infancia y juventud. Tal vez algún día eso se transforme en relatos, ya veremos.

            Ese cariño por el pueblo me llevó a comprar muchos libros sobre su historia y la de su monasterio benedictino, que fue muy importante en la Edad Media. Tengo un libro muy interesante titulado Sahagún, Monasterio y Villa (1085-1985), escrito por el padre agustino Juan Manuel Cuenca Coloma. También le compré a mi madre dos biografías de San Juan de Sahagún, hijo de la villa y patrón de Salamanca.

            El otro día buscando en ebiblio.cat encontré una novela titulada El manuscrito de nieve, de Luis García Jambrina. Es una obra histórica y policiaca en la que aparece bastante como personaje fray Juan de Sahagún y habla de la pacificación que él promovió entre dos bandos nobiliarios rivales que había en la ciudad de Salamanca en el siglo XV, lugar donde transcurre la acción.

            Hace un par de semanas fui a la Librería Canillo a buscar alguna novela histórica  y me compré una de Peridis (desconocía su faceta de novelista y de estudioso del románico) titulada Esperando al rey. Mi sorpresa fue grande cuando vi que al cabo de varias páginas salía el monasterio de Sahagún en numerosas ocasiones como escenario de la misma. Allí se firmó el 23 de junio de 1158 el Tratado de Sahagún entre Fernando II de León y Sancho III de Castilla, ambos hijos del emperador Alfonso VII. Fernando II y el rey niño Alfonso VIII son los principales protagonistas de la novela.

En el monasterio de Santa Cruz de las monjas benedictinas de Sahagún están depositados los restos de Alfonso VI (1040/41-1109) y varias de sus esposas. Eso nos habla de la importancia que tuvo el monasterio en los siglos XI y XII. Este rey fue el que promulgó el fuero de Sahagún sobre el año 1080. De todos modos el señorío del monasterio y los derechos de los burgueses produjo serias revueltas en los siglos XII y XIII.

            Colaboro con mi amigo José Luis Luna en su página de internet sobre Sahagún al igual que lo he hecho con el Ayuntamiento de Castelldefels buceando en la historia y en la literatura de mis dos queridos pueblos.

Gerardo Guaza (2020)

 

 

 

 

 

 

EL TREN

 

                        A mi madre Floriana González Borge,

                        (Sahagún 1-5-1934, Castelldefels 11-7-2020)

 

Oigo el silbido del tren

y recuerdo nuestros viajes:

andén nocturno, maletas,

departamento en penumbra;

el brillo de tus ojos

y tu alegre sonrisa

cuando el tren cruzaba

el puente de hierro.

Ya se divisan las torres

de San Tirso y San Lorenzo

y el amarillento silo,

los depósitos de agua

y ya, por fin, el andén

y la familia añorada.

                        Gerardo Guaza González

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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