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SAHAGÚN EN PRIMAVERA

A penas el divino Apolo ha comenzado a escalar el Orto, y ya desde la aurora, en una explosión apoteósica de deliciosas armonías, infinidad de avecillas canoras lanzan a aire sus encantadores arpegios, saludando al astro rey, como si en estos momentos todos los pájaros se hubieran reunido para celebrar con inusitado regocijo unos Juegos florales en homenaje a la Primavera, y cuyo poeta y cantor premiaron con la Flor natural, el ruiseñor, entona y dirige a los fieles una sublime canción de amor y de celos, cuyos lamentos deliciosos parece que nos vienen de las regiones siderales con esa música suave y divina que sabe conmover a las almas y que hace recordar los versos del vate castellano cuando escribió:

“solo estando en amores

pueden cantar así los ruiseñores”

El paisaje de Sahagún, en esta mañana luminosa y radiante del mes de Junio,  plenitud de Primavera, bajo la caricia de un sol espléndido, y aunque hoy represente únicamente reminiscencias de lo que fue en tiempo remoto, allá cuando la buena voluntad de Alfonso VI quiso convertir el Real Monasterio Benedictino en un algo sumamente grande, es sencillamente conmovedor… El P. Escalona, al detallar sus valores y en su tan conocida Historia, hace constar que su vega en nada tenía que envidiar a la de Granada, y que al pasar por él, orgullo lejano de Sahagún, el rio Cea había hecho de la ciudad un lugar tan delicioso y atrayente, que ello constituía uno de los sitios o puntos más hermosos de las tierras que en aquel entonces se hallaban en poder de los cristianos, dentro de los avances de la reconquista…

Los huertos de Sahagún son una verdadera maravilla… Como un mantón de Manila que ciñera el cuerpo de la ciudad aprisionándola como a una mujer hermosa y juncal; enredándose en el en medio de un diluvio de flores vivas, llega a las almas el gozo de un paisaje encantador y encendido, tan sugestivo que es difícil hallar un rincón que le supere dentro del ámbito de España. Para este detalle de su paisaje, aunque en tal apreciación entre algo de fantasía, y como parangón, parece que fueron trazados por el poeta Salvador Rueda, aquellas inspiradas estrofas cantando tan magistralmente al mantón de Manila, como se prueba con el siguiente fragmento del poema que con tal título le dedicó: 

“…De la cruz venerada de mayo hermoso

en las gradas tendidas dejas tus rosas,

y los jóvenes tejen baile vistoso

en parejas que giran vertiginosas.

Cuando pasa movido del homenaje,

tras la imagen, el pueblo, con paso lento,

tú en el balcón despliegas tu cortinaje

y el haz de tus colores tiendes al viento

…………………………………………….

El mantón de Manila compendia a España

y es insignia que canta nuestra victoria:

grabada en cada rosa lleva una hazaña

y atada a cada fleco lleva una gloria…”

Y para contemplar la delicia de este paisaje, sentida honda y especialmente en las noches serenas, aún le queda el encanto de sus canalillos del agua, que desciende pomposamente de la altura de “La Presa”, y que riega sus huertos, que unas veces se desliza con prestancia de diminutas cataratas, otras con murmullo sonoro de silencio suavemente interrumpido, y otras tristemente, como si quisiera llevar al ruiseñor, que vela cantando su nido, las notas melancólicas de sus gemidos, y que también traen a la memoria aquellos versos de Villaespesa, en su canto a las fuente de Granada:

“…Las fuentes de Granada…

¿Habéis sentido

en la noche de estrellas perfumada

algo más doloroso que su triste gemido?

……………………………………………….

…El agua es con el alma de la ciudad, vigila

su sueño, y al oído del silencio le cuenta

las leyendas que viven a pesar del olvido,

y bajo las estrellas de la noche tranquila

tiene palpitaciones de corazón herido.

la voz del agua es santa…

quien la profunda música de su acento adivina

comprenderá algún día la palabra divina…

El agua es guzla donde Dios sus misterios canta.”

Sahagún en Primavera… Cuando el paisaje vive y sueña su nueva existencia, renovada periódicamente, cada año, voluptuosa, alegremente, entre una inundación de frutales en flor, de rosas, de sol y de cantarinas brisas, de murmullos y de perfume, de trinos de ruiseñor, de músicas suaves y de caricias halagadoras…

¡Que bien mereces, Sahagún, que a tu vera se halle siempre un poeta, un bardo que te cante vigorosamente, que te sienta, que sepa convertir en carne viva ese misterioso encanto que poseen tus huertos, tus paisajes, y que a través de los siglos sigue conservando tu recio y noble espíritu, con sensaciones de eternidad, como un algo imperecedero e inmortal!...

José Rodríguez Hernández – Cronista Oficial de la Villa

 
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