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AQUEL REY QUE FUE MONJE….

Si bien es cierto que a veces la historia, tomándose a la ligera hechos y acontecimientos que en su fondo más exacto no suelen responder estrictamente a auténticos sucedidos, al formarse aquella accediendo en ocasiones a la tradición, y ya sabemos que el alma popular ha tendido siempre, y así sigue y seguirá, a adornar recuerdos y datos con su natural fantasía, buscando en ella un sabor de leyenda, flor exquisita que nace espontáneamente en el jardín maravilloso del espíritu, no lo es menos que a no ser por tal causa, muchas veces los pasajes que la crean carecerían de ese delicado modo de relatar, que en grado sumo nos cautiva y engrandece.

Por ello en el “Cantar de Mío Cid”, por ejemplo, de no concurrir tales apreciaciones, el héroe popular español por antonomasia, no hubiera conseguido clavarse de la profunda forma en que lo hizo en el corazón del pueblo, como cosecha conseguida, cuya siembra tuvo como principio la formación de nuestro “Romancero”, apareciendo hazañas y vidas como cosa real, aunque en su esencia existiera un algo, y acaso un mucho con atisbos de místico y legendario.

Y de ahí, sin temor a incurrir en la duda, que pocas existencias se conozcan en la Historia de España a las que pueda darse el nombre de tumultuosas, como la de aquel rey, que antes fue monje, y que lo mismo en plena juventud que al borde del sepulcro ya sumido en el agotamiento por ancianidad, su vida, desenvuelta en un constante dinamismo, y cuajada de hechos sobresalientes, va ligada a la historia de Sahagún….

Porque Alfonso VI, el conquistador de Toledo, y soñador, con ese su primer verdadero caso de guerrero de la unidad nacional, que en Sahagún, en la paz del claustro, dónde a buen seguro forjara tal pensamiento, allá en lo más recóndito de su imaginación, con respecto a la futura grandeza de España, de igual manera que en la penumbra de la cueva de Argel, Cervantes, embrión entonces de una obra inmortal, concibiera ese libro de todos los tiempos, al que conocemos y nombramos con el escueto nombre de “El Quijote”.

Hijo de Fernando I “el Magno” al morir éste dividió sus estados entre sus cinco descendientes, más el llamado Sancho, que era el mayor de sus tres hijos, no conformándose con el reparto, atacó a su hermano Alfonso, batiéndole duramente, primero en Plantada, sobre el Pisuerga, y venciéndole al fin en Golpejar, por lo que se vio obligado a refugiarse en Carrión, donde fue hecho prisionero, y llevado al castillo de Burgos, pesó sobre él una sentencia de muerte, cuyo triste fin pudo evitar en fuerza de ruegos su hermana Doña Urraca, siendo puesto en libertad, pero a condición de que procesara en el convento de Sahagún; como así lo hizo, “y cuyo santo hábito de monje le fue impuesto, correspondiendo tal honor al abad del mismo Don Julián, en el año 1072”…. De donde ayudado por los monjes y por Don Pedro Ansúrez “peranzules”, logró huir hallando cobijo y amparo en la corte del rey moro Almamún, en Toledo, quien le colmó de atenciones y privilegios, siendo más tarde aclamado rey por castellanos y leoneses, condicionado ello a que jurara no haber tomado parte en el asesinato de su hermano Don Sancho, ocurrido ante las murallas de Zamora, y cuyo juramento le fue tomado por el Cid, en la Iglesia de Santa Gadea de Burgos.

¡Que nota tan grandiosa en la historia de España!....

Ese olvido real de Alfonso VI a cuya propia estimación no pudo sentar bien tan atrevido acto, nos dio al Cid, ya que de otro modo éste no hubiera pasado de ser un caballero valiente más, pues odiado por el monarca fue condenado a destierro comenzando a “ganarse el pan” guerreando contra la morisma pero siempre dentro de su inmensa alma sometido voluntariamente al poder real, a quien hacía entrega, de las tierra que iba conquistando, y dando con ello principio a su poema épico, que al convocar a sus “vasallos” comienza así:

                …”a los que conmigo fueren

                de Dios ayades  buen grado,

                e los que acá fincaredes

                quiérome ir vuestro pagado”…

A lo que contestó Alvar Fañez, su “primo cormano”, en presencia de todos los que querían desterrarse con él.

                …”Convusco iremos, Cid,

                por yermos e por poblados

                que nunca vos falleceremos

                en cuanto seamos sanos,

                convusco dependeremos

                las mulas e los caballos

                e los avares e los paños,

                siempre vos seguiremos

                como leales vasallos”…

¡Palabras que se cumplieron al pie de la letra, al lado de aquel gran caballero a quien sus mismos enemigos dieron el nombre de “señor”!...

Alfonso VI, agradecido al rey moro Almamún, “no quiso hacerle la guerra”, pero una vez muerto éste, puso sitio a Toledo, tomándola, y estableciendo allí su corte, convocando un concilio que restableció la silla metropolitana, nombrando arzobispo de aquella ciudad al abad Bernardo, quien a la sazón ostentaba tal cargo en el Monasterio de Sahagún.

Más como todo en este mundo tiene su fin, aquel gran rey, que hasta para serlo hizo uso de la fanfarria, que adquirió de los moros, viejo y achacoso ya, murió en Toledo, “a los sesenta y dos años de edad y cuarenta y cuatro de su reinado, en el año 1100 a 30 de junio”…, asistiendo a su muerte, que le llegó lleno de dolor por el fallecimiento de su hijo Sancho, niño de once años que en unión de los siete condes que le acompañaban para mirar por él, sucumbió en la célebre batalla de Uclés, a la que le mandó su padre “para que aprendiera a guerrear” habido de su cuarta esposa Zayda, la reina mora, hija de Abenadeth, rey moro de Sevilla, Doña Urraca, el Arzobispo  Don Bernardo, Don Pedro Obispo de Palencia, y casi todo los condes y nobles de España, cuya muerte, que fue muy sentida, el autor de la “Historia del Real Monasterio de Sahagún”, en su capítulo quinto, página setenta y tres, dice entre otros detalles…” Ca los Christianos con sus mujeres, y los Judíos y Moros con las suyas, con las viexas con los viexos, los mozos con las vírgenes, las mozas con los infantes, confundiendo las voces, y alaridos en uno con los llantos, hacían gran estruendo, con tal manera que se podría decir que toda la ciudad no era otra cosa sino un sonido de llantos, diciendo así: oy en este día el sol es nacido a los moros e infieles, y es muy tenebroso a los Christianos”…,quedando ordenado en su testamento que sus restos mortales fueran inhumados en Sahagún, como así se hizo, y los cuales se hallan hoy en la capilla del convento de Madres Benedictinas de esta Villa, a cuyo lado y en magníficos sarcófagos también, descansan los de sus cuatro esposas, Doña Inés, Doña Constanza, Doña Berta y Zayda, que al contraer matrimonio y ser bautizada recibió el nombre de Isabel.

Bello contraluz espiritual que iluminó, ya casi asomado a ultratumba, los últimos instantes de Alfonso VI, uniendo así los dos extremos de su agitada vida, plena de zozobras, acaso pensando, ya en los umbrales de la eterna mansión, en aquel  hábito del monje que aunque forzosamente le fuera impuesto por el abad Don Julián, en la dulce penumbra del Monasterio Benedictino quizás representara el único momento de su existencia que le proporcionó en el mundo un instante de sereno reposo, y al cual quería tornar a disponerse a tomar la última vereda de la eternidad…

José Rodríguez Hernández
Cronista Oficial de la Villa.

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