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EL RELOJ DE PARED

          El otro día me encontré con mi amigo Monti y me estuvo comentando que había estado leyendo un par de textos míos que le habían gustado y que, además de la poesía, trabajara la prosa.

 Yo soy de recorrido corto, por eso me encuentro a gusto en la poesía, la narrativa me cuesta más. Ya sé que aquí llevo escribiendo más de veinte años, el problema no es cómo contar la historia, sino qué historia contar. Ahora llevaba días pensando en qué contaros este mes de octubre y no se me ocurría nada hasta que hoy dando cuerda al reloj me ha venido un poco de inspiración. Me diréis que los objetos inanimados no tienen historia, pero sí que la tienen. Si te fijas bien en un objeto y recuerdas su relación con él a lo largo del tiempo se convertirá en un brumoso genio y te contará tantas historias como hay en Las mil y una noches.

          Hay un reloj de pared en el comedor de mi casa. Es cuadrado, con un adorno en la parte superior, sus dos pesas para darle fuerza y el péndulo en su balanceo perenne siempre que le des cuerda. Una de las pesas hace mucho tiempo que no se ha de subir, ya que se estropeó el mecanismo de las campanadas y se quedó mudo el pobrecillo.

          Este reloj lo trajo mi tío Fermín de Sahagún. Mi tío tenía una relojería a medias con mi tío Vicente, su hermano, y ambos hermanos de mi madre. Vinieron a finales de los setenta a mi casa toda la familia, mi tío, su esposa Concha y sus cuatro hijos. Nada de hotel, nos apañamos como pudimos, algunos durmieron en colchones en el suelo, fue muy divertido. Fuimos a la playa, estuvimos en Barcelona en el puerto, en Montjuic, la catedral, etc. Cuando íbamos todos juntos parecíamos una excursión organizada, entre las dos familias sumábamos diez personas. No es que tenga una memoria portentosa, es que además de que hay fotos que me ayudan a recordar aquellos momentos, la felicidad es a veces como un buril que graba sus imágenes en la dura piedra del recuerdo.

          Al reloj tengo que darle cuerda continuamente, ya que los años le han producido una especie de reúma y de artrosis que provoca que se retrase continuamente. Los objetos son como las personas, también envejecen y el paso del tiempo les deja pequeños rastros tanto en la piel como en su organismo. Tienen pequeñas cicatrices que no se ven a simple vista, hemos de fijarnos bien en ellos para descubrirlas o pasar la mano suavemente sobre su superficie para darnos cuenta de esas pequeñas rugosidades que también nuestra piel asesora con el tiempo. Son las huellas de la vida.

       Mi tío Fermín murió en un accidente de tráfico en 1980, pero me acuerdo mucho de él, por eso sigo dando cuerda a su reloj porque de alguna forma el balanceo rítmico del péndulo siembra surcos en el aire, esos surcos que me traen tantos recuerdos de Sahagún, de otros relojes y de mi infancia.

Gerardo Guaza González (2024)

 
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