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En un ripio casi impropio para un Nobel de Literatura, el irlandés Bernard Shaw sentenció que «dichoso es aquel que mantiene una profesión que coincide con su afición». Sin embargo, antes de las profesiones, actividades laborales que requieren de una formación académica especializada, existían los oficios, procesos manuales o artesanales que no exigían de estudios formales. Muchos de ellos, quizá la mayoría, son trabajos ya perdidos e incluso olvidados, pero mantienen la fascinación de lo extinguido. Labores humildes, por lo general, cuya memoria conserva el cine, la fotografía y la literatura.

¿Quién no ha oído hablar del sereno, encargado nocturno de vigilar las calles, regular el alumbrado y abrir los portales? Pertrechado con su chuzo (un palo con una púa de hierro en un extremo que usaba para defenderse o evitar altercados) y su silbato, cantaba la hora con su característica fórmula –«las doce en punto y sereno»– para certificar que todo estaba en orden. De 1715 datan los primeros documentos que dan fe de ellos.

O los limpiabotas, que lustraban el calzado de los transeúntes mientras les daban palique. Todavía quedan algunos por las grandes ciudades, imprimiendo con su inconfundible caja de madera repleta de betunes, trapos, calzadores y cepillos una presencia de irrealidad. El padre del funk, James Brown, comenzó ejerciendo este oficio. Como Malcolm X.

Si se afina el oído y la ocasión es propicia, en algunos barrios resuena todavía el chiflo del afilador o amolador, esa flauta chica hecha de cañas y plástico. En un principio, se apostaban en un punto fijo porque, para afilar cuchillos, tijeras o navajas, empleaban una rueda de madera de imponente tamaño con polea que, accionada por un pedal, hacía girar una piedra de asperón para vaciar los instrumentos. La bicicleta o motocicleta con su esmeril mecánico en la parte trasera vino mucho después.

Los había más ingratos, como el oficio de trapero o ropavejero, descendientes de los buhoneros medievales, que recogían a domicilio basura, deshechos, y todo tipo de quincalla u objetos de los que pudieran sacar algo de provecho. Digamos que, a fuerza de hambre, resultaron pioneros del reciclaje. Antes de que se crearan los servicios municipales de recogida de basuras, ellos cumplían esta función, compaginada con otras del mismo pelaje: cuando se creó la Real Escuela de Veterinaria de Madrid, en 1792, se encomendó al Gremio de Traperos de Madrid el aprovisionamiento de animales (vivos y muertos) para la enseñanza. El actor Kirk Duglas tituló su autobiografía en un intento por dignificar este oficio: El hijo del trapero.

Hubo adoberos (que preparaban el adobo para sazonar y conservar alimentos), ajorradores (que acarreaban hasta el pueblo los troncos cortados en el monte), alimañeros (exterminadores de alimañas), esencieros (destilaban esencias de plantas aromáticas), luceros (encargados de la luz eléctrica en los primeros años de su implantación, el mantenimiento la línea, el control del consumo y el cobro a los abonados).

Muy populares fueron también los mozos de cuerda, apostados en lugares concurridos para portear bultos, paquetes y carga pesada; los pintores de cartelas, que anunciaban el raquítico (y edulcorado) puñado de películas que se estrenaban en nuestro país; los apuntadores que, ocultos bajo su concha, soplaban el texto al actor cuando éste se quedaba en blanco. Igual que los lañadores, que se sentaban en las plazuelas para arreglar pucheros y todo tipo de recipientes de loza o porcelana con lañas o grapas (colocando trocitos de estaño a modo de parches); los guardagujas o guardavías, encargados de mover las agujas en los punto de empalme de los tranvías o ferrocarriles cuando se necesitaba un cambio de vía, o las aguadoras (contaban con su propio gremio) que ofrecían agua fresca a los sedientos. El más famoso de ellos lo pintó Velázquez.

Hubo morilleros (traían y llevaban recados a los trabajadores del campo), piconeros (extraían o vendían carbón), cilleros (guardaban y repartían los granos y frutos de los diezmos), fumistas (montaban, colocaban, reparaban y mantenían las instalaciones de extracción de humos en los edificios), nodrizas o amas de cría (amamantaban a niños que no eran suyos sino, habitualmente, de familias adineradas) y hasta plañideras (lloraban por encargo a los finados en los velatorios y entierros).

Claro que también encontramos tunantes que hicieron del matute un improvisado oficio. Los charlatanes, por ejemplo, dedicados a la venta ambulante de productos imposibles, como elixires maravillosos contra la calvicie, cualquier tipo de dolor y reconstituyentes imbatibles. Contaban con compinches entre el público que estimulaban a los incautos a comprar el milagro. En Los miserables, Víctor Hugo los retrata sin un ápice de simpatía. Emparentados con ellos, los trileros, ya saben, los artistas en esconder la bolita debajo de un naipe o de un cubilete.

Más cercanos quedan otros oficios que aún huelen a tinta. Los linotipistas, maestros en la linotipia, sucesora de la imprenta. En la década de los setenta fue sustituida por la linotipia offset, mucho más sencilla y casi instantánea en su composición. También los cajistas, que componían manualmente las líneas de texto (llamadas moldes) que se debían de imprimir en libros, periódicos, revistas y folletos.

Algunos oficios de antaño todavía persisten, aunque cambiaron su nombre. Es el caso de los barberos (que no solo cortaban el pelo sino que realizaban tareas propias de cirujanos, como sangrados o extracción de muelas), hoy conocidos como peluqueros; los boticarios (que vendía medicamentos, los preparaban y expendían hierbas medicinales), hoy devenidos en farmacéuticos; o las comadronas, las mujeres que ayudaban en los partos y que ahora llamamos matronas.

En la actualidad, hay numerosas iniciativas dedicadas a la recuperación de algunos de estos oficios tradicionales, como el de herrador, cestero, abarquero (que fabricaba albarcas, ese calzado de madera que cubría solo la planta de los pies) e incluso el sereno (en pequeñas localidades, acompañan a mujeres a sus casas cuando regresan solas). Porque no hay oficio indigno, sino primor que convierte la labor en resultado exacta.

Fuente: Esther Peñas. Ethic. 10.06.2022

ÅNGELA RUIZ ROBLES

LA ENCICLOPEDIA MECÁNICA

Esta pionera nació en Villamanín, León, el 28 de Marzo de 1895. Apasionada por la enseñanza, cursó sus estudios superiores e impartió sus primeras clases en la Escuela de Magisterio de León hasta 1918, año en el que se desplaza a una pequeña aldea cercana a Ferrol.

Se la considera una adelantada a su tiempo, innovadora e inconformista, comprometida, entusiasta con su profesión y desinteresada hasta tal punto que, al finalizar su trabajo, iba a las casas de los vecinos que no podían asistir a la escuela para darles clases de manera gratuita.

Una de las frases que se le atribuyen y que mejor resume su filosofía de vida es: “Se viene a este mundo no solo a vivir nuestra vida lo más cómodo y mejor, sino a preocuparse de los demás para que puedan beneficiarse de algo ofrecido por nosotros.

Por toda esta labor, Ángela recibiría en 1947 la Cruz de Alfonso X El Sabio. Dos años después, Doña Angelita (como era más conocida) registra su primera patente (nº 190.698) con el título “Procedimiento mecánico, eléctrico y a presión de aire para lectura de libros”.

En 1945 es destinada al Instituto Ibáñez Martín de Ferrol, del que llegó a ser directora, mientras da clases gratuitas nocturnas en la Escuela de San José Obrero y crea la Academia Elmaca, que se convertiría en uno de los epicentros sociales y culturales de Ferrol.

Quería innovar para que la enseñanza fuera más intuitiva, divertida y con el mínimo esfuerzo. En este dispositivo cada lección era una placa (iluminadas con una bombilla) que mediante pulsadores se mostraba al alumno, a través de una pantalla de metacrilato y con aumento.

Este invento se conoció como el Libro Mecánico, sin embargo, no se llegó a materializar. En 1962 presentó una nueva patente, simplificación de la primera, en el que los contenidos de cada asignatura se desarrollan a lo largo de tiras de papel dispuestas en rollos intercambiables.

De esta forma, los alumnos dispondrían de todas las materias de estudio en una misma máquina. Había nacido la Enciclopedia Mecánica, considerada la abuela de los Libros Electrónicos actuales.

Se llegó a construir un prototipo, en el Parque de Artillería de Ferrol, en metal y madera, que llegó a ser presentado en numerosos certámenes y exposiciones como un invento revolucionario.

Un libro que no era un libro, un cuaderno de tareas sin hojas, un dispositivo táctil, interactivo, una enciclopedia que reuniría en un sólo lugar el conocimiento de la época… ¿no te resulta familiar?

En 1970, recibió una propuesta comercial desde Estados Unidos pero la rechazó. En colaboración con el Instituto Técnico de Especialistas en Mecánica Aplicada, S.A. (ITEMA, S.A.), elaboró un estudio de fabricación y viabilidad comercial en 1971.

En el proyecto se contemplaba la posibilidad de producir la Enciclopedia Mecánica en plástico, nylon, y acero, que posibilitara su adquisición a un precio de entre 50 y 75 pesetas, pero la inversión inicial (100.000 pesetas, 600€) escapaba a sus posibilidades.

La Enciclopedia Mecánica unía en un solo aparato sonido, gráficos, lupa, iluminación, escritura, portabilidad, enlaces textuales, contenidos actualizables e intercambiables......

Era necesaria, según sus propias palabras, para "aligerar" el peso de las carteras de los alumnos, "hacer más atractivo el aprendizaje y adaptar la enseñanza al nivel de cada estudiante". Pero a pesar de ello, Ángela nunca pudo ver su invento en las manos de los niños.

Doña Angelita Fallecía el 27 de Octubre de 1975 en Ferrol y sus restos reposan en el Cementerio de Serantes.

A lo largo de su vida, y tras ella, consiguió muchos galardones y menciones, entre ellos la creación en el año 2013 del Premio Ángela Ruiz Robles e, incluso, Google le dedicó, en 2016, un Doodle en conmemoración del aniversario de su nacimiento.

Desde el año 2012, el prototipo original está expuesto en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología de A Coruña (MUNCYT). ¿Aún hay quién duda de que Ángela era un genio a la altura de Nikola Tesla, Bill Gates o Steve Jobs?

Asociación Cultural Balle de Scapa

 
 

AQUEL REY QUE FUE MONJE….

Si bien es cierto que a veces la historia, tomándose a la ligera hechos y acontecimientos que en su fondo más exacto no suelen responder estrictamente a auténticos sucedidos, al formarse aquella accediendo en ocasiones a la tradición, y ya sabemos que el alma popular ha tendido siempre, y así sigue y seguirá, a adornar recuerdos y datos con su natural fantasía, buscando en ella un sabor de leyenda, flor exquisita que nace espontáneamente en el jardín maravilloso del espíritu, no lo es menos que a no ser por tal causa, muchas veces los pasajes que la crean carecerían de ese delicado modo de relatar, que en grado sumo nos cautiva y engrandece.

Por ello en el “Cantar de Mío Cid”, por ejemplo, de no concurrir tales apreciaciones, el héroe popular español por antonomasia, no hubiera conseguido clavarse de la profunda forma en que lo hizo en el corazón del pueblo, como cosecha conseguida, cuya siembra tuvo como principio la formación de nuestro “Romancero”, apareciendo hazañas y vidas como cosa real, aunque en su esencia existiera un algo, y acaso un mucho con atisbos de místico y legendario.

Y de ahí, sin temor a incurrir en la duda, que pocas existencias se conozcan en la Historia de España a las que pueda darse el nombre de tumultuosas, como la de aquel rey, que antes fue monje, y que lo mismo en plena juventud que al borde del sepulcro ya sumido en el agotamiento por ancianidad, su vida, desenvuelta en un constante dinamismo, y cuajada de hechos sobresalientes, va ligada a la historia de Sahagún….

Porque Alfonso VI, el conquistador de Toledo, y soñador, con ese su primer verdadero caso de guerrero de la unidad nacional, que en Sahagún, en la paz del claustro, dónde a buen seguro forjara tal pensamiento, allá en lo más recóndito de su imaginación, con respecto a la futura grandeza de España, de igual manera que en la penumbra de la cueva de Argel, Cervantes, embrión entonces de una obra inmortal, concibiera ese libro de todos los tiempos, al que conocemos y nombramos con el escueto nombre de “El Quijote”.

Hijo de Fernando I “el Magno” al morir éste dividió sus estados entre sus cinco descendientes, más el llamado Sancho, que era el mayor de sus tres hijos, no conformándose con el reparto, atacó a su hermano Alfonso, batiéndole duramente, primero en Plantada, sobre el Pisuerga, y venciéndole al fin en Golpejar, por lo que se vio obligado a refugiarse en Carrión, donde fue hecho prisionero, y llevado al castillo de Burgos, pesó sobre él una sentencia de muerte, cuyo triste fin pudo evitar en fuerza de ruegos su hermana Doña Urraca, siendo puesto en libertad, pero a condición de que procesara en el convento de Sahagún; como así lo hizo, “y cuyo santo hábito de monje le fue impuesto, correspondiendo tal honor al abad del mismo Don Julián, en el año 1072”…. De donde ayudado por los monjes y por Don Pedro Ansúrez “peranzules”, logró huir hallando cobijo y amparo en la corte del rey moro Almamún, en Toledo, quien le colmó de atenciones y privilegios, siendo más tarde aclamado rey por castellanos y leoneses, condicionado ello a que jurara no haber tomado parte en el asesinato de su hermano Don Sancho, ocurrido ante las murallas de Zamora, y cuyo juramento le fue tomado por el Cid, en la Iglesia de Santa Gadea de Burgos.

¡Que nota tan grandiosa en la historia de España!....

Ese olvido real de Alfonso VI a cuya propia estimación no pudo sentar bien tan atrevido acto, nos dio al Cid, ya que de otro modo éste no hubiera pasado de ser un caballero valiente más, pues odiado por el monarca fue condenado a destierro comenzando a “ganarse el pan” guerreando contra la morisma pero siempre dentro de su inmensa alma sometido voluntariamente al poder real, a quien hacía entrega, de las tierra que iba conquistando, y dando con ello principio a su poema épico, que al convocar a sus “vasallos” comienza así:

                …”a los que conmigo fueren

                de Dios ayades  buen grado,

                e los que acá fincaredes

                quiérome ir vuestro pagado”…

A lo que contestó Alvar Fañez, su “primo cormano”, en presencia de todos los que querían desterrarse con él.

                …”Convusco iremos, Cid,

                por yermos e por poblados

                que nunca vos falleceremos

                en cuanto seamos sanos,

                convusco dependeremos

                las mulas e los caballos

                e los avares e los paños,

                siempre vos seguiremos

                como leales vasallos”…

¡Palabras que se cumplieron al pie de la letra, al lado de aquel gran caballero a quien sus mismos enemigos dieron el nombre de “señor”!...

Alfonso VI, agradecido al rey moro Almamún, “no quiso hacerle la guerra”, pero una vez muerto éste, puso sitio a Toledo, tomándola, y estableciendo allí su corte, convocando un concilio que restableció la silla metropolitana, nombrando arzobispo de aquella ciudad al abad Bernardo, quien a la sazón ostentaba tal cargo en el Monasterio de Sahagún.

Más como todo en este mundo tiene su fin, aquel gran rey, que hasta para serlo hizo uso de la fanfarria, que adquirió de los moros, viejo y achacoso ya, murió en Toledo, “a los sesenta y dos años de edad y cuarenta y cuatro de su reinado, en el año 1100 a 30 de junio”…, asistiendo a su muerte, que le llegó lleno de dolor por el fallecimiento de su hijo Sancho, niño de once años que en unión de los siete condes que le acompañaban para mirar por él, sucumbió en la célebre batalla de Uclés, a la que le mandó su padre “para que aprendiera a guerrear” habido de su cuarta esposa Zayda, la reina mora, hija de Abenadeth, rey moro de Sevilla, Doña Urraca, el Arzobispo  Don Bernardo, Don Pedro Obispo de Palencia, y casi todo los condes y nobles de España, cuya muerte, que fue muy sentida, el autor de la “Historia del Real Monasterio de Sahagún”, en su capítulo quinto, página setenta y tres, dice entre otros detalles…” Ca los Christianos con sus mujeres, y los Judíos y Moros con las suyas, con las viexas con los viexos, los mozos con las vírgenes, las mozas con los infantes, confundiendo las voces, y alaridos en uno con los llantos, hacían gran estruendo, con tal manera que se podría decir que toda la ciudad no era otra cosa sino un sonido de llantos, diciendo así: oy en este día el sol es nacido a los moros e infieles, y es muy tenebroso a los Christianos”…,quedando ordenado en su testamento que sus restos mortales fueran inhumados en Sahagún, como así se hizo, y los cuales se hallan hoy en la capilla del convento de Madres Benedictinas de esta Villa, a cuyo lado y en magníficos sarcófagos también, descansan los de sus cuatro esposas, Doña Inés, Doña Constanza, Doña Berta y Zayda, que al contraer matrimonio y ser bautizada recibió el nombre de Isabel.

Bello contraluz espiritual que iluminó, ya casi asomado a ultratumba, los últimos instantes de Alfonso VI, uniendo así los dos extremos de su agitada vida, plena de zozobras, acaso pensando, ya en los umbrales de la eterna mansión, en aquel  hábito del monje que aunque forzosamente le fuera impuesto por el abad Don Julián, en la dulce penumbra del Monasterio Benedictino quizás representara el único momento de su existencia que le proporcionó en el mundo un instante de sereno reposo, y al cual quería tornar a disponerse a tomar la última vereda de la eternidad…

José Rodríguez Hernández
Cronista Oficial de la Villa.

SAHAGÚN EN PRIMAVERA

A penas el divino Apolo ha comenzado a escalar el Orto, y ya desde la aurora, en una explosión apoteósica de deliciosas armonías, infinidad de avecillas canoras lanzan a aire sus encantadores arpegios, saludando al astro rey, como si en estos momentos todos los pájaros se hubieran reunido para celebrar con inusitado regocijo unos Juegos florales en homenaje a la Primavera, y cuyo poeta y cantor premiaron con la Flor natural, el ruiseñor, entona y dirige a los fieles una sublime canción de amor y de celos, cuyos lamentos deliciosos parece que nos vienen de las regiones siderales con esa música suave y divina que sabe conmover a las almas y que hace recordar los versos del vate castellano cuando escribió:

“solo estando en amores

pueden cantar así los ruiseñores”

El paisaje de Sahagún, en esta mañana luminosa y radiante del mes de Junio,  plenitud de Primavera, bajo la caricia de un sol espléndido, y aunque hoy represente únicamente reminiscencias de lo que fue en tiempo remoto, allá cuando la buena voluntad de Alfonso VI quiso convertir el Real Monasterio Benedictino en un algo sumamente grande, es sencillamente conmovedor… El P. Escalona, al detallar sus valores y en su tan conocida Historia, hace constar que su vega en nada tenía que envidiar a la de Granada, y que al pasar por él, orgullo lejano de Sahagún, el rio Cea había hecho de la ciudad un lugar tan delicioso y atrayente, que ello constituía uno de los sitios o puntos más hermosos de las tierras que en aquel entonces se hallaban en poder de los cristianos, dentro de los avances de la reconquista…

Los huertos de Sahagún son una verdadera maravilla… Como un mantón de Manila que ciñera el cuerpo de la ciudad aprisionándola como a una mujer hermosa y juncal; enredándose en el en medio de un diluvio de flores vivas, llega a las almas el gozo de un paisaje encantador y encendido, tan sugestivo que es difícil hallar un rincón que le supere dentro del ámbito de España. Para este detalle de su paisaje, aunque en tal apreciación entre algo de fantasía, y como parangón, parece que fueron trazados por el poeta Salvador Rueda, aquellas inspiradas estrofas cantando tan magistralmente al mantón de Manila, como se prueba con el siguiente fragmento del poema que con tal título le dedicó: 

“…De la cruz venerada de mayo hermoso

en las gradas tendidas dejas tus rosas,

y los jóvenes tejen baile vistoso

en parejas que giran vertiginosas.

Cuando pasa movido del homenaje,

tras la imagen, el pueblo, con paso lento,

tú en el balcón despliegas tu cortinaje

y el haz de tus colores tiendes al viento

…………………………………………….

El mantón de Manila compendia a España

y es insignia que canta nuestra victoria:

grabada en cada rosa lleva una hazaña

y atada a cada fleco lleva una gloria…”

Y para contemplar la delicia de este paisaje, sentida honda y especialmente en las noches serenas, aún le queda el encanto de sus canalillos del agua, que desciende pomposamente de la altura de “La Presa”, y que riega sus huertos, que unas veces se desliza con prestancia de diminutas cataratas, otras con murmullo sonoro de silencio suavemente interrumpido, y otras tristemente, como si quisiera llevar al ruiseñor, que vela cantando su nido, las notas melancólicas de sus gemidos, y que también traen a la memoria aquellos versos de Villaespesa, en su canto a las fuente de Granada:

“…Las fuentes de Granada…

¿Habéis sentido

en la noche de estrellas perfumada

algo más doloroso que su triste gemido?

……………………………………………….

…El agua es con el alma de la ciudad, vigila

su sueño, y al oído del silencio le cuenta

las leyendas que viven a pesar del olvido,

y bajo las estrellas de la noche tranquila

tiene palpitaciones de corazón herido.

la voz del agua es santa…

quien la profunda música de su acento adivina

comprenderá algún día la palabra divina…

El agua es guzla donde Dios sus misterios canta.”

Sahagún en Primavera… Cuando el paisaje vive y sueña su nueva existencia, renovada periódicamente, cada año, voluptuosa, alegremente, entre una inundación de frutales en flor, de rosas, de sol y de cantarinas brisas, de murmullos y de perfume, de trinos de ruiseñor, de músicas suaves y de caricias halagadoras…

¡Que bien mereces, Sahagún, que a tu vera se halle siempre un poeta, un bardo que te cante vigorosamente, que te sienta, que sepa convertir en carne viva ese misterioso encanto que poseen tus huertos, tus paisajes, y que a través de los siglos sigue conservando tu recio y noble espíritu, con sensaciones de eternidad, como un algo imperecedero e inmortal!...

José Rodríguez Hernández – Cronista Oficial de la Villa

 

UN RECUERDO AL DERRUIDO MONASTERIO DE SAHAGÚN

Nadie al contemplar las ruinas del antiguo Monasterio benedictino de Sahagún creerá seguramente la extraordinaria grandeza de esta casa,

cimentada con la sangre de dos mártires y que tanta importancia alcanzó desde sus principios, conservándola  en gran parte hasta los comienzos de la edad Moderna. La fundación del Monasterio conocido con el nombre de San Facundo (Sahagún) y antes con el significativo de “Domnos Sanctos” se remonta al año 872, bajo el reinado de Alfonso III el Grande, el cual no solo costeó su primitiva fábrica, sino que destruida ésta por Abu Walid, la restauró y aumentó sus rentas en 905, con la con la donación de las tierras que se extienden en su derredor a más de dos leguas de Norte a Mediodía y más de una de Oriente a Poniente. Más tarde, como dice un ilustrado literato contemporáneo “con las incesantes donaciones de reyes e infantes, de condes, damas y Obispos, y con la devoción de los fieles al Santo lugar, donde suspiraban por ser enterrados, antes de un siglo vino a ser Sahagún el más poderoso de los Monasterios del Reino”. Lo mismo Alfonso IV que Ramiro II; Alfonso V que Bernardo III y Fernando I le concedieron con largueza verdaderamente recia inmunidades y privilegios, llegando en el siglo XI a tan alto grado de esplendor que la jurisdicción de su Abad se extendía sobre más de noventa Monasterios. La decidida protección de Alfonso VI y las prerrogativas que hubo de alcanzarle de la corte romana su Abad Bernardo, después Arzobispo de Toledo, Primado de la Iglesia Española, vinieron a colocarle en esta envidiable situación, merced a la cual consiguió el “Cluny” español. Desde el desdichado matrimonio de Doña Urraca con Alfonso el Batallador empezaban a eclipsarse las glorias de esta Santa Casa, foco de piedad y de doctrina, pues las revueltas civiles que sin cesar atormentaron el reino, los bandos de magnates y el furor de la desmandada soldadesca fueron causa de que los burgueses, gente levantisca, apoyados por los aragoneses, se emancipasen de la autoridad paterna del Abad, sufriese el monasterio la devastación de sus propiedades y el despojo de sus más preciadas joyas y quedase convertido, de lugar de retiro y oración en guarida de malhechores. Con la proclamación de Alfonso VII cesaron los disturbios y el monasterio recobró su antiguo señorío, si bien la actitud siempre hostil de los burgueses, hizo que los reinados siguientes se reprodujeran los conflictos hasta el tiempo de los Reyes Católicos, en que fue incorporado aquél a la Corona.Las pocas y trazadas ruinas que todavía se conservan de este célebre Monasterio, están demostrando con su abigarrada variedad de estilos las fases porque hubo de pasar su fábrica en el decurso de los tiempos: Antiguos paredones, portadas jónicas, ventanas románicas, cornisas grecorrománicas, ajedrezadas molduras o esmaltadas de florones, todo se encuentra mezclado allí y confundido como en informe amalgama. Dos terribles incendios ocurridos en 1812 y 1835, respectivamente, destruyeron el edificio y con él las obras de arte que atesoraba, siendo de deplorar especialmente la pérdida de la primorosa sillería del coro, tallada en nogal a mediados del siglo XV, y la de dos retablos, el mayor dedicado a los Santos Patronos Facundo y Primitivo y el de San Benito, atribuidos al famoso Gregorio Hernández. De sus numerosos sepulcros de Reyes y Abades, apenas si queda hoy más que el recuerdo. Alguna capilla, como la de San Mancio, de una sola nave compuesta de tres bóvedas de arcos cruzados, la de Santa María cerca del crucero, ambas de estilo románico, y las góticas de San Miguel y San Jerónimo, llamaban justamente la atención por sus bellas proporciones. La custodia afiligranada que en los primeros años del siglo XVI trabajó para este templo el platero Enrique de Arfe, abuelo del célebre Juan, se conserva por fortuna en la Capilla de San Juan, Patrono de la Villa.

 

 

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